Los ojos ¿la ventana del alma?

La pareidolia facial es un fenómeno neurobiológico con el que la mayoría de nosotros nos hemos topado.

Si alguna vez has visto un rostro quemado en una tostada, apareciendo en una sugerente formación de nubes, o has contemplado al hombre en la luna, tú también has experimentado esta percepción de rasgos faciales humanos en objetos inanimados.

El rostro humano es tan relevante para nuestra experiencia de nosotros mismos y de los demás que lo percibimos incluso donde no está.

Por supuesto, esto se atribuye a las ventajas de supervivencia que supone una percepción precisa de las intenciones o deseos del otro con respecto a altercados, posturas jerárquicas y relaciones románticas.

Pero ¿sobrevivir es todo lo que hay que hacer?

La fascinación de la humanidad por el rostro (y en particular por su rasgo más expresivo, el ojo) ha sido documentada durante milenios.

El ahora omnipresente proverbio atribuido a Shakespeare, “Los ojos son la ventana del alma”, apareció hace más de 2500 años en las obras de Cicerón.

El rostro transmite información. Los ojos van mucho más allá, invitando al observador a entrar en el reino del espíritu, del significado, de la verdad.

Víctor Hugo escribió que “el alma humana tiene aún más necesidad de lo ideal que de lo real. Es por lo real que existimos; es por lo ideal que vivimos”.

El arte aborda el profundo deseo humano de vivir, no simplemente de existir.

Tanto para el artista como para quien contempla la obra, los ojos amplifican esta invitación a profundizar en lo más real.

¿Es de extrañar que nos sintamos profundamente atraídos por la representación del rostro, fascinados por los ojos y obsesionados por las expresiones que no podemos ver?